Eran los 80 y
tantos….
Y esa forma de
caminar por el medio de la acera, con paso seguro y firme, denotaban mis
treinta años.
A los lados,
tomados confiadamente de mis manos fuertes, caminaban mis pequeños hijos.
Todo estaba bien,
todo era seguro. Nada que temer ni que prevenir.
Era esa edad
donde las piernas kilométricas eran el punto de encuentro de miradas, piropos,
y la sonrisa cómplice de quien se sabe centro -por un ratito- de la admiración
de los demás mortales.
Hasta los
pequeños eran perfectos, lindos, dulces, sociables.
Mis hijos y yo.
Y al frente,
captando este momento perfecto digno de una publicidad de ropa de niños, estaba
El. Mi amor, nuestro amor, siempre embelesado por su familia.
Hubo otros
momentos así, muchos por suerte. Cada uno con su magia.
Pero algo tiene
esta imagen que me llevó a elegirla.
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